Época: Arte Antiguo de España
Inicio: Año 150 A. C.
Fin: Año 350

Antecedente:
Arquitectura del territorio de Hispania

(C) Alfonso Jiménez Martín



Comentario

Un ligero repaso a cualquier manual de "Historia de la Arquitectura Romana", como puede ser el de Luigi Crema, mostraría que las obras romanas que entran en el marco conceptual que he trazado para esta publicación, incluiría, además de los faros, acueductos, presas y puentes, algunas otras categorías más, como pueden ser los puertos, las obras fluviales destinadas a mejorar la navegabilidad, los canales y las grandes cisternas o aljibes, de los que tan magníficos ejemplos se conservan en otras partes del Imperio. En Hispania tenemos muy escasas noticias de estos elementos del paisaje romano, pues los testimonios antiguos son pocos y nada explícitos y los restos arqueológicos inexistentes o inexpresivos, de manera que hemos de conformarnos con escasísimos representantes.
Este es el caso de los puertos, pues las noticias antiguas de los que existieron en el Mediterráneo o en el Guadalquivir no casan bien con los escasos restos del malecón, tal vez helenístico, de Ampurias, pues se duda de la utilidad y cronología de las arruinadas instalaciones que jalonan el Boetis entre Hispalis y Corduba, constituidas casi siempre por extensos arrecifes de algo parecido al opus caementicium, pero que lo mismo pueden ser restos de azudas medievales.

La más notable de las obras singulares de Hispania, y seguramente una de las más interesantes del Imperio, es el faro de Brigantium, es decir, la Torre de Hércules de La Coruña; en origen estaba diseñada esta recia torre de la misma manera que, siglos después, se labraría la Giralda: es decir, un núcleo de planta cuadrada, con tres pisos de cuatro cámaras gemelas, en torno al cual, gracias a una serie de bóvedas escalonadas apoyadas en una caja mural exterior desaparecida, se enrosca, girando a izquierdas, una rampa; arriba existía un cuerpo cubierto por medio de una cúpula hemisférica, todo ello de granito escuadrado. La obra no era tan monumental como el famoso faro de Alejandría, pero se ha conservado el núcleo interior, con la huella de las bóvedas, y el recuerdo dibujado de la cúpula, además de la noticia de su probable autor, un arquitecto de Aeminium (hoy en Portugal, cerca de Coimbra), Gaio Sevio Lupo, de época de Adriano quizá, que dejó una lacónica dedicatoria a Marte en sus inmediaciones.

Otro faro notable, y seguramente más antiguo, debió ser el que existió en la Boetica, sobre la Piedra de Salmedina, en la desembocadura del Guadalquivir, cuyo nombre, Caepionis turris, aún se conserva en la vecina Chipiona. Los investigadores, en su afán de pasar a la posteridad descubriendo obras inéditas, no han cesado de decir tonterías en este campo concreto, como R. Thouvenot, que vio un faro romano en la torre de vigía medieval que existe en Carteia (San Roque, Cádiz) o M. Mills, que no contento con demostrar que Abd al-Rahman I fabricó la Mezquita de Córdoba a partir de un almacén romano, nos descubre que su alminar fue un faro que servía para guiar las naves romanas que subían por el Guadalquivir.

La nómina de estas obras casi singulares se cierra con el recuerdo de. una corta serie de grandes aljibes, siempre urbanos, en los que se recogió agua llovediza; así los de la antigua Iponuba, en el Cerro Minguillar, en la provincia de Córdoba, o el almeriense Aljibe Bermejo, en el Campo de Níjar, o bien agua procedente de acueductos, como en Itálica, la Cueva de Hércules de Toledo o la cueva de los Siete Palacios de Sexi, en Almuñécar, provincia de Granada; no obstante, aun siendo muy grandes no tienen el empaque catedralicio de otros que existen en el Imperio, ni son bien conocidos, excepto el italicense. Los más pequeños constituyen legión, por lo que renunciamos a mencionarlos, y lo mismo haremos con unas obras que, al menos según la distribución de competencias más habitual en nuestros ayuntamientos y autonomías, pudieran tomarse en consideración en estas páginas, como es el caso de los alcantarillados, pues su conocimiento es tan fragmentario y son tan variadas sus formas y dimensiones, aun dentro de una misma población, que todo quedaría reducido a exponer lo que sabemos del caso de Italica que, en mi opinión, es poco representativo.